¿Te acuerdas de cuando eras niño?

Para los que nacimos en la época de los 70-80, tener un circuito de Scalextric era como ser el chico más popular del colegio. Este juguete estrella no estaba al alcance de todos, debido a su elevado precio y a la situación económica de esos tiempos. Mientras nuestros padres se entretenían con una partida de cartas y una copita con amigos, nosotros soñábamos con la llegada de los Reyes Magos, esperando que trajeran el ansiado circuito.

El gran esfuerzo que suponía para los Reyes Magos dejarnos un Scalextric limitaba el acceso a estos divertidos juguetes. Además, una vez que lo tenías en casa, el desafío no terminaba. Necesitabas un espacio bastante amplio para poder montarlo, y tras superar esta barrera, venía la más temida fase: el montaje del circuito por parte de tu padre.

Ver a tu progenitor enfrentarse al reto sin leer las instrucciones era un espectáculo en sí mismo. Pasabas horas escuchando palabras malsonantes dirigidas a los fabricantes, mientras intentaba hacer encajar las piezas de la pista. Su paciencia se ponía a prueba, y la tuya también, esperando el momento de finalmente jugar.

Cuando tu padre, exasperado, finalmente daba su brazo a torcer y seguía las instrucciones, la esperanza renacía. Pronto, el circuito estaría listo, brillando como un auténtico circuito de carreras del Campeonato del Mundo. La emoción crecía, pero también lo hacía la impaciencia. Finalmente, la pista estaba lista para el gran duelo entre tu hermano y tú.

Elegir el coche que más os gustaba no era tarea fácil y, a menudo, provocaba riñas. Sin embargo, ese momento era superado rápidamente cuando tu padre, después de su titánico esfuerzo, insistía en probar primero, con la excusa de asegurarse de que todo funcionaba correctamente. La edad decidía quién se enfrentaba primero a él, mientras el otro hermano asumía el papel de comentarista y asistente, recogiendo los coches que se salían de la pista y volviéndolos a colocar con la máxima celeridad posible.

Durante la carrera, los improperios del piloto al ver su coche fuera del carril eran inevitables, pero también parte del encanto y la tensión del juego. La gran final se acercaba y todos querían demostrar quién era el mejor piloto sobre esa pista. Derrotar a tu padre se sentía como conquistar el mundo, consolidando tu liderazgo indiscutible en casa.

Después de horas de intensa competencia y diversión, llegaba la hora de dormir. Al día siguiente había que volver a la escuela, pero antes, la temida inspección de tu madre ponía fin al caos. Al ver el cuarto patas arriba, su veredicto era claro: “¡Mañana quiero ver esto como estaba!” Y así, sabías que el circuito desaparecería, y con él, la magia, hasta la próxima vez que pudieras volver a montarlo y revivir esos momentos inolvidables.


Esos días de Scalextric no solo eran sobre carreras y coches, sino también sobre familia, paciencia, rivalidad fraterna y la creación de recuerdos imborrables que, hoy en día, nos llenan de una cálida nostalgia.

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